
Los mexicanos tienen fama por el mundo entero de ser relajados en todas sus costumbres, un sistema de vida que no deja de ser admirable en muchos sentidos. Entre sus virtudes se encuentra la capacidad de impulsar la economía local manteniendo el modelo del pequeño comercio de barrio, huyendo, en parte, de la globalización de las grandes superficies, y repartiendo, por tanto, la riqueza de una manera más uniforme.
Son, sin embargo, poco ahorrativos por norma general, y en parte es por una percepción social y cultural de la riqueza como algo inaccesible o a lo que sólo se puede llegar con un golpe de suerte, huyendo de las instituciones. Es decir, prefieren jugar una lotería antes que invertir en valores, temerosos de un sistema en el que los intereses o impuestos vayan a quedarse con gran parte del pastel. En cuanto a sistemas de ahorro, suelen decantarse por los más tradicionales como “guardar bajo el colchón” antes que contratar planes de pensiones.
Sin embargo, más de la mitad de los mexicanos tienen contratado algún producto financiero, siendo las tarjetas de crédito su favorito, pero estas no son usadas para el ahorro sino para vivir el día a día y apurar un poco más, si cabe. Por norma general prefieren, por tanto, vivir al día y disfrutar mientras puedan, incluso disfrutando de un nivel de vida por encima de sus posibilidades. Una falsa riqueza que no cuenta con las consecuencias futuras.
A pesar de que a más de la mitad de los mexicanos les enseñaron sus progenitores a ahorrar cuando eran niños, no todos siguen manteniendo este hábito, y de estos, la mitad prefieren hacerlo sin contar con soluciones financieras. De cualquier manera, los más ahorradores son aquellos con altos salarios y empleo estable, frente a aquellos que pasan apuro para llegar a fin de mes.
Lo cierto es que los mexicanos se suelen sentir más seguros con sistemas de ahorro informales, pero de este modo no se impulsa tanto la economía ya que no se genera el mismo rendimiento a nivel general. Poco a poco se va cambiando la tendencia, pero siempre va ligada a los ingresos medios anuales, y si estos no son muy elevados, la desconfianza en el sistema financiero suele ser superior.
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